El amor en la cocina, Mi abuela

Almorzar cada día en la casa de mi abuela (a quien nosotras llamamos Hijo), me confirma algo hermoso: necesariamente la cocina debe llevar amor en su preparación. Así, espero todos los días con ansias volar del trabajo para ir a la casa de Hijo a almorzar. Voy imaginándome lo que preparara, desde sopitas, ensaladas, souffles y guisos calientitos y jugosos. Con sus mas de ocho décadas encima, me sigue enterneciendo el placer que no sólo lleva por la cocina, sino la entrega con que realiza cada plato. Ella piensa en cada uno de sus comensales para satisfacerlos: a unos arroz, otros ensalada con poco limón, a la niña sopa con leche sin lactosa, a la hija Cau Cau de mondongo, a la bisnieta de pollito, etc.etc. Díganme si eso no es una gran muestra de amor. Cada día que tomo el ascensor, ya de retirada, con mi madre no puedo evitarle decirle: "Ma', Hijo cocina con amor, no?" ¿Saben como imagino a mi abuela? Con un salero gigante en la mano que en lugar de sal desprende corazoncitos rojos. La imagino feliz. Iluminada. Regia. Mucho mas joven, inagotable. Tengo 34 años. Y solo tengo de ella una lista larga de engreimientos que van desde mis panecitos con queso que perfumaban toda la casa o mis desayunos en la cama con bistecitos, pan remojado en el jugo de la carne y huevo frito. Verla cocinar feliz, me hace feliz a mi. Verla cocinar así, me hace sentir que cada una de las cosas que hoy yo preparo tienen una misión, transmitir un poquito de las cosas bellas que mi abuela me dio, hacia ustedes.